Llorar, frustrarse, enojarse o sentir cualquiera de las emociones no es cuestión de ser niño o niña, es cuestión de ser humanos.
Las emociones son una parte importante de nuestro bagaje evolutivo (y lo compartimos con otras especies), y cada una tiene sus funciones, entre ellas la de brindarnos información sobre el medio, sobre estímulos tanto internos como externos, para poder decidir cómo actuar o responder. El miedo, por ejemplo, nos ayuda a mantenernos a salvo al “comunicarnos” que algo es potencialmente peligroso y nos prepara para huir o luchar.
Lejos de intentar bloquear o evadir las emociones, necesitamos aprender a reconocerlas, nombrarlas y gestionarlas adecuadamente.
Necesitamos entender que no hay emociones positivas ni negativas, únicamente agradables o desagradables en términos de cómo nos hacen sentir, pero todas son importantes y necesarias.
Integrarlas y aprender a gestionarlas nos permite enriquecer nuestra vida, nuestras relaciones con los demás, así como nuestra capacidad de aprendizaje, pues hoy sabemos que las emociones son un componente crucial del aprendizaje: estando desregulados, no podemos aprender bien; con emociones agradables, aprendemos mejor.
Aprender a reconocer, nombrar y modular las emociones, es una de las habilidades más importantes que podemos enseñar durante la infancia.
En vez de castigar, regañar o hacer sentir vergüenza a un niño por sentir una determinada emoción: nombremos (“me parece que estás frustrado”), validemos (“entiendo que te sientas así, tenías muchas ganas de quedarte jugando y nos tuvimos que ir”) y enseñemos estrategias positivas para comunicar y canalizar la emoción (“a veces cuándo estamos muy frustrados o enojados pueden dar ganas de pegar, pero no podemos pegar al perro o a las personas, si quieres pegar puedes pegar a un cojín, un balón”).
La inteligencia emocional no es algo con lo que se nace, sino algo que se aprende y se desarrolla en la repetida interacción con otros, sobre todo con los cuidadores principales de un niño o niña en la infancia. Las interacciones con adultos sensibles, capaces de reconocer y aceptar toda la gama de emociones de un niño y de ayudarle a gestionarlas adecuadamente (además de ser ellos mismos capaces de hacer eso con sus propias emociones), son piezas clave para un desarrollo emocional positivo.
Sentir no es de niños o de niñas, sentir es de humanos.
•Mariana Gomes•
Imagen: tomada de la red, desconozco su autor.